LA CASA DE LOS GITANOS


Esa vez la plata no me alcanzó para coger un carro desde la Gran Vía hasta el pueblo, me tocó caminar por largo rato, no pasaba nadie que me diera un chance, y el sol estaba en su punto.

Ya llevaba como una hora por la trocha y de vez en cuando me detenía a tomar agua de los chorros de los aspersores que había en los cultivos de guineo. Recuerdo que pasé por las ruinas de la compañía en donde mi papá trabajaba cuando yo era un niño, estaba cubierta de monte y la humedad le había tumbado varias paredes, desde el camino se veían los nidos de chupa huevo en las vigas de hierro y el agua enfangada en las albercas, al fondo todavía estaba el letrero publicitario de aquel político corrupto que dejó a la compañía en la quiebra.
Entonces me acordé del cuento que echaban los compañeros de mi papá cuando iban a la casa a meter ron.  Allí detrás del mural donde estaba consignado el nombre del viejo mañoso y corrupto de Honrado Campo, había una casita de madera, que supuestamente había sido habitada hace muchos años por una familia de gitanos, dicen que uno de ellos se volvió caníbal luego de darle un beso a una mujer que se le apareció a mitad del camino después de una borrachera, que llegó a su casa y mató a su hija y a su esposa con una machetilla, se las comió y  luego se atravesó el corazón mientras corría por el camino en medio del cultivo de mangos que estaba al lado de la bananera.
Cuentan los amigos de mi papá que a más de uno le ha salido el tipo con el machete atravesado en el pecho, que dejaron de acortar por ese sendero por miedo al espanto.

Pero esa vez era medio día, no sé qué espanto iba a salirme, además por ahí hacía sombra y podía coger uno que otro mango pa llevarle a los abuelos. Así que desvíe, a penas puse un pie detrás del letrero, ese olor dulce y tropical me hizo agua la boca, había mangos por doquier, árboles de todos los tamaños, de todas las clases. Luego vi a un lado, envuelta en la maleza, la casita de madera del cuento, la casa sí era pequeña, se podía ver por encima de ella a unos tres metros de distancia.  Era amarilla, con una puerta verde y ventanas rojas, en una de esas ventanas, una sucia cortina de círculos naranjas guindaba inclinada y se levantaba cuando el viento soplaba, dejando al descubierto una mesita con un florero de colores en donde reposaba lo que parecía, una rosa marchita, “entonces era cierto” pensé, no le di mente y cogí el sendero un tanto asustado.


El camino era angosto, de vez en cuando desaparecía y me costaba trabajo ubicarlo, pero el clima era perfecto, la brisa me golpeaba en la cara con una frescura indescriptible, se oían los pájaros, veía una que otra iguana y a cada cierta distancia siempre encontraba un enorme palo de zapote, con el montón de zapotes esparramaos en el suelo.
Así caminé por media hora y vi que estaba cerca cuando comencé a ver el par de torres eléctricas que tenía el pueblo. En ese momento noté en la tierra unas huellas de zapato, sentí alivio, porque eso significaba que sí usaban ese sendero, así que lo de los espantos era sólo cuentos de borrachos. Entonces me relajé un poco, me puse a disfrutar el paisaje, a llenar mi bolso de mangos y zapotes y tirarle piedra a los panales de avispas.

Estando en una de esas, que vi un “angolito” –Una especie de avispa aquí en la costa –-bonito, tupidito de avispas.  Fui hasta al arroyito que por ahí pasaba y cogí un montón de piedras chinas, me paré a una distancia suficiente, desde donde atinarle suponía un reto y comencé. 
La primera piedra rebotó en la rama, casi le doy, la segunda si se fue lejos y la tercera pasó justo por debajo, me preparaba para lanzar la cuarta, cuando de repente una piedra rebotó cerca de mis pies, luego otra justo detrás de mí, luego me lanzaron más, me asusté tanto que dejé mis cosas y me dispuse a correr, allí fue cuando sentí un golpe certero en la nuca, un piedrazo me apagó luces y caí al suelo.


Cuando desperté, estaba tirado en una estera, ya era de noche y un toldo me tapaba de la mosquitera que se sentía zumbar. Dije “Hola” pero nadie me contestó, sólo mi eco, así que me puse de pie y un dolor punzante en la cabeza, justo donde me habían golpeado me hizo tambalear, salí de donde estaba, siguiendo la luz opaca de una vela que alumbraba escasamente el sitio, entonces pude observar que el techo era extremadamente bajo y que delante de una ventana había una mesa con un florero de colores en el centro, en el cual descansaba una rosa marchita.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares