EL AGUACERO
Peyo tenía los dedos encogi´os del frio e iba de un lado a otro como pensando su vaina y hablándose
para los adentros. No hacia mucho que había empezado a pegar tremendo aguacero,
parecía que el techo se les iba a venir encima con el torrente de gotas cayendo
como pilas de arroz sobre las láminas de eterni´
- ¡Quédate quieto hombre, que me tienes azarada! –le dijo levantándole
la voz. –Nada nos va a pasar, ese rio está bien seco, no creo que se nos meta.
-A mí no me impacienta el rio, creo que una avalancha me
pondría menos nervioso.
-¡Caramba niño! ¿Qué será esa vaina que tiene así entonces? –le
preguntó con su singular ironía.
Él la miraba por el rabito del ojo, como si se le fuesen
escapar las palabras que aún no atajaba, de repente en un espabilón se fue la
luz.
-Ahora sí, bonita vaina, yo que me iba a pone´ a ve´ la
novela. –replicó Jacinta manoteando sobre la mesa. –Ahora me toca escucharte
los cuentos a ti ¡Habla, habla, pa´ ve! Ese aguacero no se acaba ahorita y tu
casa está bien rejundía.
El Peyo la miraba con la boca tiesa, como amarrando el
montón de cosas que nunca le había sabido decir a nadie.
-Ven pa acá, que no te veo la cara. –le dijo Jacinta. –Ajá cuéntame.
-Nombe Jaci, es que… -vaciló.
-Es que yo te gusto ¿verdad? –dijo Jacinta sonriendo.
-Ajá y tú, tú por qué dices eso.
-Tú, Tú, tú. Es que se te nota, mira que hasta se te pegan
la platinas. –dijo y soltó una carcajada.
-¿Usted se está burlando de mí?
-Jamás Peyo, a mí los sentimientos me parecen una vaina muy
seria.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué? Si no me has dicho na´.
-Ajá, ya usted lo dijo.
-Sí, pero yo quiero que usted me lo diga, Jacinta, o pelo
escoba, o pela´ el carajo, tú me gustas cule poco ¡Así! Breve.
-Aja, usted sabe que me gusta.
- ¡Ay que bonito!
- No se burle de mí.
-No me estoy burlando de usted, aja tú también me gusta,
pero tú sabe que uno es muje´y uno no puede ni monda´ el diente porque ya es
colla.
-¿Y entonces?
-¿entonces qué Peyo?
-¿Pa las que sea?
-¡Ahí jue!
-¿Vamo a querernos cule poco?
-¿Quién dijo miedo?
Entonces Peyo tiro a darle un beso y Jacinta lo frenó en
seco. –Pero cógela suave, cálmate, uno tiene que procesa la vaina. –¿Sabes qué?
Echa pa acá. –y lo besó.
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