LA ALMOJÁBANA ORIGINAL



No hace mucho fui a Valledupar, un asunto familiar para no entrar en detalles porque la historia verdadera del viaje se desarrolla en el bus, era un bus de esos que no tienen ni empresa ni marca, un bola ´e hierro bien pitao,  de esos que paran en todos los pueblitos y que suben a la gente con todo y lo que llevan, (ustedes saben cómo es uno acá en la costa que mete un saco de guineo, tres gallinas y una caneca de suero como equipaje, y el chofer es tan alcahueta que no te cobra de más, decía mi abuela paterna que en paz descanse, que esas hermosas costumbres se han perdido, que ahora la gente es muy mezquina, viaja a los pueblos y no te traen ni el saludo, cuando antes con antes, uno se traía para la casa media parcela en un bus)


El cuento es que como soy yo de afanado me subí a ese tractor porque la próxima Berlina que salía se tardaba media hora. Y ahí iba yo, rehundido en la última silla, pero más “asabrosiao” porque en ese bus pegaba ese aroma a gente de pueblo, a ají, a monte, a guayabita agria, etc.
Llegando a Aracataca se sube un señor de esos que venden, rosquita, agua e maíz, diabolín, enyucao, chicharrón y almojábana, él solito, como los machos de verdad, no como esos de ahora que se suben uno con una cava con pura gaseosa y mancha tripa.

El tipo no había pasado de la mitad del bus cuando ya había vendido todo, y yo con un filo que ni los disquitos del Joe que sonaban en el radio me quitaban. Suspiré a mis adentro, “será esperar que se suba otro, o esperar a la parada en Bosconia” pensé, pero sabía que guardaba falsas esperanzas, porque un vendedor criollo no iba a volver a ver jamás, quizá nunca más en mi vida.
Entonces le hice seña para que llegara hasta mi asiento, y él muy amablemente se acercó.
 –Viejo ¿No te queda nada? Es que no desayuné y tengo la filua, ustedes siempre andan encaletao, yo sé que algo tienes que tener ahí.

El hombre me miró con ojos de misericordia, lo vi en su expresión que por poco se convierte en suspiro – ¿Sabes qué? Este es tu día de suerte. –me dijo. Se puso cerquitica, se agachó al lado de mi asiento y desenvolvió de unos trapos que tenía en el fondo de su canasto una almojábana.

 – ¿Sabes qué es esto? –me preguntó casi susurrando.
 –Una almojábana. –le contesté
 –Sí, pero no cualquier almojábana. –dijo. –Esta es la almojábana original.

Yo intrigado por el misterio que el hombre ponía en sus palabras hice a un lado mi hambre descomunal y le pregunté  – ¿Ajá, como así? –esperando que me refiriera una historia fantástica, aunque supiera en el fondo que iba a ser carreta. Y fue así.

 –Esta almojábana proviene de los rincones más recónditos de la Sierra, allá donde el aire es tan puro que ni los dioses pueden respirar. Esta no es cualquier almojábana, este pan de la madre tierra es reveladora de la verdad, de la luz y la oscuridad, un bocado y tu vida cambiará para siempre.

 – ¡Arajo! –exclamé y el hombre volvió a esconder el misterioso alimento.  – ¿A cómo? –le pregunté.
 –A veinte. –dijo en seco.
 – ¡No joda! Mejor me aguanto el hambre hasta el Valle y con esos veinte pesos me como un poco de pan con salchichón. –repliqué.
 –Dame quince.
 –Te doy diez y eso porque estoy intrigado.

Al final el hombre me entregó la almojábana y antes de que me advirtiera que me la comiera despacio ya yo me había metido esa vaina completa. La cara de preocupación del tipo me dejó asustado, más aún cuando se bajó del bus y seguía mirándome desde afuera por la ventana con ojos de culpa.

Luego que de que bajé el último pedazo que tenía atorado en la garganta, lo supe. La verdad había llegado a mí, vi entonces el origen del universo y sus configuraciones, vi cada una de las estrellas y sus formas desconocidas aun para el hombre, vi mis pensamientos danzando de un puesto a otro, vi el sueño gritando desde la puerta del bus, vi la luz caerse en pedazos sobre la carretera, vi el sol naciendo por última vez, vi el camino hacia la devastación, vi llanto, vi sonrisas, vi tus manos y las mías sosteniendo la última costeñita del mundo, vi el amor y sus disfraces, vi el tiempo arrancándole los cabellos a mi padre, vi el silencio arropándome y quitando mis ojos, luego dormí, luego todo se hizo blanco.

Cuando desperté estaba en una camilla en una clínica en Valledupar, y mi mamá dándome una cantaleta porque como era posible que después de tanto sacrificio que hizo ella por mí, yo le iba a salir marihuanero.


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